Aventuras de Telémaco


Libro I










[2]
 
 

Sumario

     Conducido Telémaco por Minerva bajo la figura de Mentor, arriba, después de un naufragio, a la isla de Calipso, que aún se lamentaba de la partida de Ulises. Recíbele la diosa favorablemente; enamórase de él, le ofrece hacerle inmortal y exige la relación de sus aventuras. Refiere Telémaco su viaje a Pilos y a Lacedemonia, su naufragio en las costas de Sicilia, el riesgo en que se halló de ser sacrificado a los manes de Anchîses, el auxilio que él y Mentor prestaron a Acestes en una invasión de los bárbaros y el cuidado de aquel rey para recompensar este servicio. [3]
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 


 
 

Libro I





     Sin consuelo vivía Calipso desde la partida de Ulises, y el exceso de su dolor hacía se considerase más infeliz aún, por ser inmortal. No resonaban ya en su gruta los armoniosos acentos de su dulce voz, ni las ninfas que la acompañaban se atrevían a turbar su melancólico silencio. Paseábase muchas veces por las floridas praderas que esmaltaban la isla encantando la vista con las gracias de una perpetua primavera; mas lejos de templar su amargura la amenidad de tan deliciosos sitios, traían a su memoria el triste recuerdo de Ulises, a quien había visto complacida tantas veces a su lado. Quedábase inmóvil en la playa, y bañándola con sus lágrimas volvía sin cesar el rostro hacia el sitio por donde rompiendo las olas había desaparecido a sus ojos el navío de Ulises.
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

Esta era su deplorable situación cuando descubrió los despojos de una nave que acababa de naufragar: flotaban sobre las aguas el mástil, las jarcias y el timón; veíanse esparcidos en la playa remos y bancos hechos pedazos, [4] y descubríanse a lo lejos dos hombres, uno anciano al parecer, y el otro, aunque joven, semejante a Ulises en la arrogancia de su agradable aspecto, estatura y paso majestuoso. Conoció Calipso al momento que era Telémaco el hijo de aquel héroe; pero sin embargo de que los dioses exceden en mucho a la inteligencia humana, no pudo penetrar quién era el anciano venerable que le seguía, sin duda porque las deidades superiores ocultan a las inferiores cuanto les place, y Minerva, que acompañaba a Telémaco bajo la figura de Mentor, no quiso ser conocida de Calipso.
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

Gozábase ésta entre tanto en el naufragio que conducía a su isla al hijo de Ulises, tan parecido a su padre. Adelantose hacia él, y ocultando haberle conocido le dijo estas palabras: «¿Cuál es la causa de que oses arribar a mi isla? Sabe, joven extranjero, que ninguno entra en ella impunemente.» Con cuya amenaza procuraba desfigurar el contento que a pesar suyo brillaba en su semblante.
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

«Oh vos, respondió Telémaco, quien quiera que seáis, mortal o diosa, aunque al veros no es posible consideraros sino como una divinidad; ¿seríais insensible al infortunio de un hijo que ha visto perecer su nave contra esas rocas, cuando corría en busca de su padre a merced de los vientos y de las aguas? ¿Quién es ese padre que buscáis?», replicó la diosa. «Llámase Ulises, dijo Telémaco; y es uno de los reyes que han arrasado la famosa ciudad de Troya, después de un sitio de diez años. Su nombre se ha hecho célebre en toda la Grecia y en el Asia por su valor en los combates, y más aún por su prudencia en los consejos. Mas ahora errante por la dilatada extensión de los mares, recorre los más terribles escollos; mientras al parecer huye de él su propia patria. Su esposa [5] Penélope, y yo que soy su hijo, hemos perdido la esperanza de volverle a ver. Corro iguales peligros para adquirir noticias de su existencia. Pero ¿qué digo? tal vez se hallará sumergido en el profundo abismo de las aguas. Compadeced nuestras desgracias y si sabéis, o diosa, lo que haya hecho el destino para salvar o perder a Ulises, dignaos comunicarlo a su hijo Telémaco.»
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 








     Admirada y enternecida Calipso al advertir en tan floreciente juventud tal cordura y discreción, no se cansaba de mirarle y permanecía silenciosa. Por último le dijo: «Telémaco, yo os referiré lo que ha acaecido a [6] vuestro padre; mas la historia es larga y debéis ya descansar de vuestras fatigas: venid a mi morada, yo os recibiré en ella como un hijo: venid a consolarme en la soledad en que vivo, yo proporcionaré vuestra dicha, si sabéis aprovecharos de ella.»
 
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

Seguía Telémaco a la diosa cercada de hermosas ninfas, entre las cuales sobresalía por su estatura a la manera que la robusta encina eleva sus corpulentas ramas en el bosque sobre todos los árboles que la rodean. Admiraba el brillo de su belleza, la rica púrpura de su túnica larga y flotante, su hermosa cabellera cogida a la espalda sin compostura, aunque con gracia, el fuego de sus ojos y la dulzura que templaba la vivacidad de ellos. Mentor seguía también a Telémaco con la cabeza baja y guardando un modesto silencio.
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

Llegaron a la entrada de la gruta de Calipso, y quedó sorprendido Telémaco al advertir todo lo que puede encantar la vista, bajo las apariencias de rústica sencillez. No se veían metales preciosos, mármoles, columnas, pinturas ni estatuas: aquella gruta estaba abierta en la roca en forma de bóveda cubierta de conchas y caracolas, y vestida de robustos pámpanos que se extendían con igualdad por su recinto. El agradable soplo de los céfiros conservaba la deliciosa frescura que burla los ardores del sol: corrían manantiales con apacible murmullo por entre las violetas y amarantos, y formaban en varios sitios balsas tan puras y diáfanas como el cristal; mil flores nuevas y lozanas esmaltaban el verde tapiz que cercaba la gruta. Ora se veía un bosque de aquel árbol frondoso que produce manzanas de oro, y cuya flor renovada en cada estación esparce la más dulce fragancia, coronando al parecer las bellas praderas y formando una sombra impenetrable a los rayos del sol; ora se percibían los [7] concertados gorjeos de las aves, o el ruido de las aguas que precipitándose desde lo alto de una roca descendían convertidas en espuma para perderse en la pradera.
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

Hallábase situada la gruta de la diosa en el declive de una colina, desde donde se descubría el mar sereno y trasparente a las veces cual un hermoso espejo, e irritado otras furiosamente contra las rocas, en las cuales se estrellaba bramando y elevando espumosas olas hasta sus cimas. Veíase por otra parte un río que formaba varias islas pobladas de frondosos sauces y elevados olmos, cuyas copas competían con las nubes. Canales formados por islas, parecía gozarse en las llanuras, corriendo unos con rapidez, presentando otros sosegada y dormida su corriente, y retrocediendo otros hasta su origen con largos rodeos cual si no pudiesen dejar las encantadas riberas. Ofrecíanse a la vista de lejos colinas y montañas que se perdían entre las nubes, cuyas formas raras presentaban un horizonte tan agradable como pudiera desearse. Las montañas vecinas estaban cubiertas de verdes pámpanos en forma de festones, entre cuyas hojas sobresalía la uva encarnada cual la púrpura, agobiando con su peso a las frondosas vides. El olivo y la higuera, el granado y otros árboles formaban un hermoso jardín.
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

Después de haber mostrado Calipso a Telémaco estas bellezas naturales, le dijo: «Descansad: vuestros vestidos se hallan mojados y es tiempo ya de mudarlos, volveremos a vernos y os referiré los sucesos de Ulises, que afectarán vuestro corazón.» Al mismo tiempo le hizo entrar con Mentor en lo más secreto y retirado de una gruta inmediata a la en que habitaba la diosa, en donde habían cuidado las ninfas de encender una grande hoguera de cedro, cuyo aroma se esparcía por todas partes y dejado vestiduras para los dos huéspedes. [8]
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

Al advertir Telémaco se había destinado para él una túnica de lana fina, que excedía en blancura a la nieve, y un manto de púrpura recamado de oro, experimentó el placer natural en un joven considerando tal magnificencia.

     «¿Son esos, oh Telémaco, le dijo Mentor con gravedad, los sentimientos que deben ocupar el corazón del hijo de Ulises? Procurad más bien sostener la reputación de vuestro padre, venciendo al hado que os persigue. El joven que gusta de adornarse vanamente como una mujer, es indigno de la sabiduría y de la gloria; porque esta es debida únicamente a los corazones que saben soportar los trabajos y despreciar los placeres.»
 
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

     «¡Que los dioses me sacrifiquen, respondió Telémaco suspirando, antes que permitan se apoderen de mi corazón la molicie y la sensualidad! No, no: jamás será vencido el hijo de Ulises por las delicias de una vida ociosa y afeminada. Pero ¿qué protección del cielo nos favorece encontrando después de nuestro naufragio a esta diosa o mortal que nos colma de beneficios?»
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

     «Temed, replicó Mentor, que os agobie de infortunios; temed su engañosa dulzura mucho más que los escollos en que se ha estrellado vuestra nave, porque el naufragio y la muerte son menos funestos que los placeres que atacan la virtud. Guardaos de dar crédito a lo que os refiera. La juventud es presuntuosa y todo se lo promete de sí misma: aunque frágil, cree poderlo todo y no tener nada que temer, confiando con ligereza y sin precaución. Guardaos de escuchar las palabras dulces y lisonjeras de Calipso, que se deslizarán de su boca cual la serpiente entre las flores; temed este veneno oculto, desconfiad de vos mismo y escuchad siempre mis consejos.» [9]
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

     Volvieron enseguida a donde se hallaba Calipso que los esperaba: sirvieron las ninfas, vestidas de blanco y con el cabello trenzado, una comida sencilla, pero exquisita por el gusto y aseo. No se veían otras viandas que las aves cogidas por aquellas en las redes, y los animales que habían traspasado con sus flechas en la caza; circulaba un vino más dulce que el néctar desde grandes vasijas de plata a tazas de oro coronadas de flores. Trajeron en canastillos todas las frutas que ofrece la primavera y que esparce el otoño sobre la tierra. Al mismo tiempo comenzaron a cantar cuatro ninfas, primero el combate de los dioses contra los gigantes, después los amores [10] de Júpiter y de Semele, el nacimiento de Baco y su educación dirigida por el viejo Sileno, la carrera de Atalante y de Hipómenes, vencedor con el auxilio de las manzanas de oro traídas del jardín de las Hespérides; y por último cantaron también la guerra de Troya, encumbrando hasta los cielos los combates y prudencia de Ulises, acompañando la primera de las ninfas, llamada Leucothoe, con la armonía de su lira la dulce voz de las demás.

     Nuevo realce dieron a la hermosura de Telémaco las lágrimas que bañaron sus mejillas al oír el nombre de su padre; y advirtiendo Calipso que no podía comer porque se hallaba su corazón oprimido por el dolor, hizo seña a las ninfas, que al momento cantaron el combate de los centauros con los lapitas, y la bajada de Orfeo a los infiernos para sacar a Eurídice.
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

  Acabada la comida habló así la diosa dirigiéndose a Telémaco: «Ya veis, hijo del grande Ulises, cuán favorablemente os he recibido. Soy inmortal y ninguno de los que no lo son puede entrar en esta isla sin que sea castigada su temeridad; ni aun vuestro naufragio os libraría de mi indignación si por otra parte yo no os amase. Vuestro padre tuvo igual dicha que vos; mas ¡ah! no supo aprovecharla. Le he detenido por mucho tiempo en esta isla, y en él ha consistido no vivir conmigo en estado de inmortalidad; mas la ciega pasión de regresar a su miserable patria le hizo despreciar todas estas ventajas. Ved lo que ha perdido por Ítaca que aún no ha podido volver a ver. Quiso dejarme, partió, y fui vengada por las tempestades, después de haber sido su nave por mucho tiempo el juguete de los vientos, se sumergió en las olas, aprovechaos de tan triste ejemplo. Su naufragio hace inútil la esperanza de volverle a ver y de reinar en [11] la isla de Ítaca; consolaos de haberle perdido, pues halláis aquí una deidad dispuesta a haceros feliz y un reino que os ofrece.»
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

     Añadió a estas palabras la diosa largos razonamientos para demostrar cuán feliz había sido Ulises a su lado: refirió las aventuras de éste en la caverna del cíclope Polifemo y en casa de Antifates, rey de los lestrigones, sin olvidar cuanto le ocurrió en la isla de Circe, hija del Sol, ni los peligros que corrió entre Scila y Caribdis, y la última tempestad excitada por Neptuno cuando se separó de ella, procurando dar a entender había perecido en aquel naufragio, y omitiendo su arribo a la isla de Feaco.
 
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

     Telémaco, que se había entregado con ligereza al gozo que experimentaba viéndose tan bien recibido de Calipso al principio de la narración de ésta, conoció al fin su artificio y la prudencia de los consejos que Mentor acababa de darle, y respondió estas pocas palabras: «Disimulad, oh diosa, mi dolor; no puedo dejar de afligirme, tal vez más adelante me hallaré en disposición de disfrutar la dicha que me ofrecéis; dejadme ahora llorar a mi padre, pues conocéis mejor que yo cuán digno era de ser llorado.»

     No se atrevió Calipso a instarle, y fingió participar de su dolor enterneciéndose por la suerte de Ulises; más deseosa de conocer los medios de afectar el corazón del joven, le preguntó cómo había naufragado y qué sucesos le condujeran a aquellas costas. «La relación de mis aventuras, respondió, sería demasiado larga.» «No, no, replicó la diosa; me hallo impaciente por escucharlas: apresuraos a referírmelas; y no pudiendo Telémaco resistir a sus ruegos habló de esta manera.»
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

     «Partí de Ítaca para buscar a los otros reyes que [12] habían regresado del sitio de Troya con el objeto de adquirir noticias de mi padre. Sorprendió mi partida a los amantes de mi madre Penélope, a quienes había cuidado de ocultarla conociendo su perfidia. Vi a Néstor en Pilos y en Lacedemonia a Menelao que me recibió amistosamente; mas ni uno ni otro pudieron decirme si aún existía. Cansado de vivir siempre en la indecisión e incertidumbre, resolví pasar a Sicilia adonde me dijeron haber sido arrojado por los vientos; mas el prudente Mentor, a quien veis, se opuso a tan temeraria resolución, representándome por una parte el peligro de los cíclopes, gigantes descomunales que devoran a los hombres, y por otra la escuadra de Eneas y de los troyanos que cruzaba en aquellas costas: «estos, me dijo, se hallan irritados contra todos los griegos, y derramarán con especial placer la sangre del hijo de Ulises. Regresad a Ítaca: tal vez vuestro padre, protegido de los dioses, llegará antes que vos. Mas si estos tienen determinada su pérdida, si no debe volver nunca a su patria, id a lo menos a vengarle, a dar libertad a vuestra madre, a mostrar vuestra prudencia a todos los pueblos, y a hacer ver a toda la Grecia que sois tan digno de reinar cual lo fue el mismo Ulises.»
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

     Tan saludable era este consejo como yo poco cuerdo para seguirle, pues sólo escuché a mi pasión. El sabio Mentor me dio una prueba de su cariño siguiéndome en el temerario viaje que emprendía contra su dictamen, y han permitido los dioses que yo cometa esta falta para corregir mi presunción.»

     Mientras hablaba así Telémaco miraba Calipso a Mentor llena de admiración, y creía descubrir en él algo sobrenatural; mas sin poder descifrar sus confusas ideas. Permaneció largo rato sobrecogida y llena de desconfianza [13] observando a aquel incógnito; mas temiendo fuese conocida su turbación, dijo a Telémaco: «Proseguid, satisfaced mi curiosidad.» Y este continuó.
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

«Tuvimos por largo tiempo un viento favorable para pasar a Sicilia; mas después ocultó el cielo a nuestros ojos una oscura tempestad, y nos vimos envueltos en la más tenebrosa noche. A la fugaz claridad de los relámpagos descubrimos otras naves que corrían el mismo riesgo que la nuestra, y que en breve advertimos ser la escuadra de Eneas, tan temible para nosotros como los escollos. Entonces conocí, aunque demasiado tarde, haberme arrastrado la fogosidad de la juventud, impidiéndome reflexionar con madurez. En tal peligro se mantuvo Mentor no sólo sereno e intrépido, sino más alegre que solía: él me alentaba inspirándome un ánimo invencible. Mientras el piloto estaba lleno de turbación, daba él las órdenes oportunas. Mi querido Mentor, le decía yo, ¿por qué no he seguido vuestros consejos? Soy desgraciado por haberme escuchado a mí mismo en una edad en que ni hay previsión de lo futuro, ni experiencia de lo pasado, ni prudencia para conducirse en lo presente. Mas ¡ay! si escapamos de esta borrasca, desconfiaré de mí mismo como de mi mayor enemigo: sólo vuestros consejos he de seguir siempre.
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

     Sonreíase Mentor diciéndome: «No trato de haceros ver el yerro que habéis cometido, basta le conozcáis y que os sirva de regla para ser más circunspecto en vuestros deseos. Sin embargo, cuando haya pasado el peligro, volveréis a ser presuntuoso. Ahora preciso es mantenerse con esfuerzo; pues si bien han de temerse y precaverse los peligros, también deben sufrirse con valor cuando llega la ocasión de arrostrarlos. Obrad como hijo de [14] Ulises, mostrando que os anima un corazón superior a las desgracias que os amenazan.»
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

     Encantábanme el valor y la dulzura del sabio Mentor; pero todavía quedé más sorprendido al ver la destreza con que libertó nuestro bajel de la escuadra troyana. Cuando el cielo comenzaba a presentarse sereno, y por estar cerca de los troyanos no era posible dejasen de reconocernos, advirtió había sido extraviada por la borrasca una de sus naves que era muy semejante a la nuestra. Su popa estaba adornada con ciertas flores, y se apresuró a colocar sobre la nuestra otras semejantes atándolas él mismo con cintas de igual color. Mandó a los remeros se agachasen entre los bancos cuanto les fuese posible, con el objeto de que no les conociesen los enemigos, y de este modo pasamos por medio de ellos, que lanzaban aclamaciones de gozo cual si volviesen a ver a los compañeros que creían perdidos. Obligonos la violencia de las olas a navegar con ellos largo trecho, hasta que por fin nos fuimos quedando atrás, y mientras la impetuosidad del viento los conducía hacia el África, hicimos los mayores esfuerzos para arribar a fuerza de remos sobre la inmediata costa de Sicilia, adonde llegamos en efecto.
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

     Mas no era lo que buscábamos menos funesto para nosotros que la escuadra de que huíamos; pues encontramos en la costa otros troyanos enemigos de los griegos. Reinaba en aquella parte el viejo Acestes, procedente de Troya. Apenas llegamos a la playa creyeron aquellos habitantes que, o bien éramos de algún pueblo de la isla armados para sorprenderles, o extranjeros que venían a apoderarse de sus tierras. En el primer arrebato quemaron nuestro bajel y degollaron a todos nuestros compañeros, a excepción de Mentor y yo para presentarnos [15] a Acestes con el fin de que este se asegurase de nuestras intenciones y del punto de donde veníamos. Entramos en la ciudad con las manos atadas a la espalda y no debía retardarse nuestra muerte más tiempo que el preciso para que sirviésemos de espectáculo a un pueblo cruel luego que supiesen éramos griegos.
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

     Presentáronnos a Acestes, que empuñando el cetro de oro, juzgaba a su pueblo y se preparaba a un gran sacrificio. Preguntonos con gravedad cuál era nuestro país y el objeto de nuestro viaje, y Mentor se apresuró a responder diciéndole: «Venimos de las costas de la grande Hesperia, de la cual no dista mucho nuestra patria; evitando por este medio decir que eramos griegos. Pero Acestes sin escucharle más, y reputándonos por extranjeros que ocultaban su intención, mandó nos condujesen a un bosque inmediato para que sirviésemos como esclavos a los que guardaban sus ganados.» [16]
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

     Esta condición me pareció más dura aún que la muerte, y exclamé: «¡Oh rey!, condenadnos a la muerte antes de tratarnos tan indignamente: sabed que soy Telémaco, hijo del sabio Ulises, rey de Ítaca. Busco a mi padre por la dilatada extensión de los mares; pero si no puedo hallarle, ni regresar a mi patria, ni evitar la esclavitud, quitadme una vida que no sabré soportar.»

     Apenas hube pronunciado estas palabras, comenzó todo aquel pueblo conmovido a gritar diciendo debía perecer el hijo del cruel Ulises, cuyos ardides habían arrasado la ciudad de Troya. «¡Oh hijo de Ulises!, me dijo Acestes, no me es posible negar vuestra sangre a los manes de tantos troyanos, a quienes vuestro padre ha precipitado en las orillas del negro Cocito: pereceréis con ése que os acompaña.»
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

     A este tiempo propuso un anciano de la multitud fuésemos inmolados sobre el sepulcro de Anchîses: «su sangre, decía, será agradable a los manes de aquel héroe, y el mismo Eneas, cuando tenga noticia de este sacrificio, se complacerá de que améis tanto lo que él más amaba en el mundo.»

     Aplaudió todo el pueblo esta proposición, y sólo se trataba de inmolarnos. Ya nos conducían al sepulcro de Anchîses; ya estaban preparados dos altares en que resplandecía la llama sagrada, y brillaba a nuestros ojos la cuchilla que debía dividir nuestra garganta; ya nos veíamos adornados de flores sin que pudiese asegurar nuestra vida la menor compasión; ya en fin estaba decidida nuestra suerte cuando Mentor pidió permiso con serenidad para hablar al rey.

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

     «¡Oh Acestes!, le dijo, si el infortunio del joven Telémaco, que jamás esgrimió sus armas contra los troyanos, no puede conmover vuestro corazón, muévalo al menos [17] el interés propio. El conocimiento que he adquirido de los presagios y de la voluntad de los dioses, me hace anunciaros que antes de tres días seréis atacado por pueblos bárbaros, que cual un torrente descienden de las más elevadas montañas para inundar la ciudad y devastar todo el país. Apresuraos a evitar tantos daños: haced que el pueblo tome las armas, y no perdáis un momento en asegurar dentro de las murallas los numerosos rebaños que discurren por la campiña. Si esta predicción no sale cierta, podéis inmolarnos dentro de tres días; más si llega a serlo, acordaos de que no debe privarse de la vida a aquellos de quienes se recibe.»
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

     Sorprendieron a Acestes estas palabras de Mentor dichas con una seguridad que jamás advirtió en mortal alguno: «Bien veo, le respondió, oh extranjero, que los dioses que tanto os han escaseado los bienes de fortuna, os han concedido una sabiduría de más estima que la [18] mayor prosperidad.» Al mismo tiempo dilató el sacrificio, y dio con urgencia las órdenes oportunas para prepararse contra el ataque anunciado por Mentor. Por todas partes se veían mujeres despavoridas, agobiados ancianos, llorosos infantes que se retiraban presurosos y trémulos a la ciudad. El toro bramador y el balador cordero venían en tropas dejando sus abundantes pastos, y sin encontrar establos suficientes para estar a cubierto. Por donde quiera se percibía la algazara confusa de las gentes que se atropellaban, que no podían entenderse, que equivocaban en medio de su turbación al desconocido con el amigo, y que corrían sin saber a donde dirigían sus pasos. Entre tanto se creían más cautos los primeros personajes de la ciudad, que imaginaban ser la predicción de Mentor una impostura para salvar su vida.
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

     Antes de cumplirse los tres días, y mientras se hallaban poseídos de esta idea, descubriose un torbellino de polvo sobre las montañas vecinas, y después considerable número de bárbaros armados. Eran estos los himerianos, pueblos salvajes reunidos con otras naciones que habitan en los montes Nebrodes y en las cimas del Acragas, en donde reina un perpetuo invierno jamás templado por los céfiros. Los que habían despreciado la predicción de Mentor perdieron esclavos y rebaños, y el rey dijo a éste: «Olvido que sois griegos, nuestros enemigos se han convertido en amigos fieles. Los dioses os han enviado aquí para salvarnos, y no me prometo menos de vuestro valor que de la prudencia de vuestros consejos; apresuraos a socorrernos.»
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

     Los más intrépidos guerreros admiraron el denuedo de Mentor. Armado de escudo, celada, espada y lanza, ordenó las tropas de Acestes, y a su cabeza se dirigió hacia el enemigo; y aunque animoso aquel rey, sólo pudo [19] seguirle de lejos a causa de su ancianidad. Hícelo yo más de cerca; pero no pude igualar a su valor. Su coraza parecía ser la egida inmortal y sus golpes llevaban la muerte por todas las filas enemigas; semejante al león de Numidia cuando acosado por el hambre cae sobre el rebaño de tímidas ovejas, las degüella y despedaza cebándose en su sangre; en tanto que los pastores poseídos del miedo huyen pavorosos para libertarse de su furor, en vez de proteger los ganados.
 
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 
 


Prometíanse los bárbaros sorprender la ciudad; mas fueron sorprendidos y deshechos; pues los soldados de Acestes, animados con el ejemplo y disposiciones de Mentor, manifestaron un valor de que no se creían capaces. Yo atravesé con mi lanza al hijo del rey de aquel pueblo enemigo: contaba mi edad, mas era de mayor estatura, porque aquellos salvajes descienden de una raza de gigantes del mismo origen que los cíclopes. Despreciaba a un enemigo como yo; pero sin intimidarme su prodigiosa fuerza ni su aspecto salvaje y brutal, introduje la lanza en su pecho, y arrojó con la vida torrentes de sangre. El ruido de sus armas resonó en los valles y montañas: creyó que al caer [20] podría aniquilarme; mas recogí sus despojos y volví a donde se hallaba Acestes. Acabó Mentor de desordenar a los enemigos, los dispersó e hizo retirar a los fugitivos hasta los bosques.
 

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

     El éxito de tan inesperado suceso hizo considerasen a Mentor como un hombre favorecido e inspirado de los dioses, y agradecido Acestes nos advirtió el peligro que nos amenazaba en el caso de que llegase a Sicilia la escuadra de Eneas; nos facilitó un navío para que regresásemos a nuestro país sin dilación, nos hizo varios presentes, instándonos para que partiésemos deseoso de evitar las desgracias que preveía; mas no quiso facilitarnos ningún piloto ni remero de su nación, temiendo exponer sus vidas en las costas de Grecia, y sí mercaderes fenicios que por comerciar con todos los pueblos del mundo ningún peligro correrían, los cuales debían restituir el navío a Acestes después que nos hubiesen dejado en Ítaca.

     Pero ¡cómo frustran los dioses las intenciones del hombre! ¡Qué nuevos infortunios nos tenían reservados!

Fermez la fenêtre pour continuer votre lecture (cliquez sur le symbole x en haut à droite).

 

[21]